Divagaciones I: Exámenes interminables

Cuan estresados andamos en las épocas en las que los maestros se confabulan contra uno para dejarnos un tsunami de trabajos que entregar para ahogarnos, con la excusa (más parecido a chantaje) de que el dichoso “trabajito” será casi la mayoría de la calificación. O sea, ¿y todo lo que se hizo a lo largo del bendito semestre no cuenta? ¿O quizá es que nos preparaban, como la masa antes de entrar al horno, para el día final muy al estilo apocalipsis de semestre?

Bueno, quien sabe, es muy posible. Supongo que son incluso amables con los lindos eufemismos que son las calificaciones de cada parcial, y que ellos pensarán que nos “regalan” y que deberíamos estar “agradecidos” por ellas. Yo confieso que lloré de estrés por cierta materia de la que no diré el nombre, pero estoy segura que ni eso será excusa, y ni siquiera le causaré ternura a ninguno de mis maestros porque me imagino que ese es su trabajo, les pagan para ello; vamos, que de eso comen: torturando inocentes alumnos con sueños de futuras vidas exitosas, deseando hacernos ver la realidad dejándonos tareas quijotescas de conseguir cosas imposibles como botellitas de medicina que en tu ciudad nunca han existido o imprimir cosas en el tipo de papel que necesita de una maquina especial que, me figuro yo, sólo existe en China.

Pero después de todo lo hacemos, porque bien estamos obligado o ya no nos queda de otra (entiéndase no querer reprobar y repetir la materia, ni verla, ni saber de ella nunca más). Y cuando aparece el nueve o diez en el expediente escolar, es el nazi que tenemos por maestro la persona en la que queremos convertirnos cuando seamos grandes, y aquellos exámenes que parecían nunca acabar como La historia sin fin, ahora sólo son una lejana y borrosa pesadilla.

Nota: Un pésame a aquellos chic@s que ni siquiera alcanzaron el nueve después de tan dolorosa travesía, y un “los vamos a extrañar” a los maestros de dichos chic@s... porque no quiero imaginar lo que ellos están planeando hacerles.